Lucas Brunelle en Bogotá
La semana pasada estuvo en Bogotá Lucas Brunelle, principal exponente de las carreras Alley Cat, en las que los obstáculos son carros,
buses, motos y personas que tienen que zigzaguear los riders. En esta ocasión, Brunelle y los participantes colombianos se le midieron al tráfico bogotano.
Por Sebastián Aldana Romero
Fotografía: Alejandro Clark y Franciso Giraldo
A la Plaza del Caracol, ubicada en el costado sur de la Biblioteca Virgilio Barco, llegaron alrededor de 300 riders dispuestos a seguirle el paso a Lucas Brunelle en una carrera de bicicletas en la que se puede perder fácilmente la vida. Estos ciclistas eran invitados de lujo del Bogo Cat.
—Si se accidentan llamen al 123 —gritó, megáfono en mano, una de las organizadoras del evento—. ¡Sigan a Lucas! ¡Arranquen!
Aparte de atravesárseles a los carros, pasarse semáforos en rojo, zigzaguear entre peatones, los riders también tenían que jugar a las adivinanzas para poder saber el lugar exacto de cada checkpoint. La pista sobre el primero decía: “En la glorieta del parque nacional más importante de Bogotá”.
—Siempre tienes miedo, sobre todo antes de montarte a la bicicleta, pero una vez en ella, te olvidas de todo, te concentras en lo que debes hacer y en cómo cuidarte —me dice Lucas después de la carrera.
El primer Alley Cat se corrió en Toronto (no la ciudad canadiense, sino la norteamericana) el 30 de octubre de 1989. Los creadores y participantes de aquella primera carrera eran mensajeros. Luego, la práctica de este deporte se extendió por Europa y Asia. Normalmente, en Halloween y en el Día de los Enamorados se programan
carreras.
La glorieta de la calle 63 con carrera 50 fue el primer lugar en el que los riders comenzaron a coquetear con la muerte. Si miraban a la izquierda, descuidaban los carros que venían de sur a norte. Aunque no tenían espejos ni frenos, porque las bicicletas son de piñón fijo, salieron con éxito de la glorieta, eso sí, sordos a causa de los pitos de los carros.
Después del Parque Nacional, tenían que ir al Parque de los Periodistas, esperar a que los voluntarios les pusieran un sello en el manifiesto y seguir hacia el barrio Alhambra. Uno de los competidores contó que en el centro trataron de golpearlo para robarle la bicicleta. Sin embargo, recibió ayuda por parte de otros riders.
—Es normal que haya algunos carros pitando, sobre todo en ciudades de la magnitud de Bogotá —dice Lucas—. Aunque los riesgos no provienen de los espectadores, sino de la habilidad que cada rider tenga.
Brunelle tiene 43 años. Llegó a ser alleycater tras haber practicado desde los 15 años un deporte similar: el BMX. Es mundialmente reconocido por su habilidad a la hora de pasar de frente una hilera de carros como si fueran conos, pero también por haberle dado visibilidad al Alley Cat por medio de los videos que produce.
En todas las carreras, Lucas lleva dos cámaras sujetadas a su casco, con las que graba cada segundo de adrenalina. Se ha ganado el respeto de los aficionados a este deporte. Y no es para menos: él y sus acompañantes, Austin Horse y Chas Christiansen, cruzaron por los siete checkpoints en cuarenta minutos.
Después de ir al barrio Alhambra, subieron hasta Usaquén, luego pasaron por la 72 y se devolvieron por la misma calle para que les pusieran el penúltimo sello en el Centro Comercial Av. Chile. Allí, sin mirar que el semáforo de la 72 con 11 estaba en rojo, pedalearon hasta llegar a la meta, en la calle 64 con Caracas, en menos de dos minutos.
Estaba previsto que los últimos riders llegaran a la meta a las 6:30 p.m., casi dos horas después de la llegada de Lucas, sus compañeros y el ganador. Lucas dice que la del Bogo Cat ha sido una de las carreras más difíciles que ha corrido.
—Definitivamente ha sido difícil —me dice—. Tienes cientos de personas corriendo detrás de ti y algunos de ellos van a ser más rápidos. Antes de Bogotá, estuvimos una semana en la selva, a una altura baja, y sentimos cómo en Bogotá se nos iba el oxígeno.
Una vez en el lugar de la premiación, todos los riders acomodaron sus bicicletas alrededor de unas mesas redondas en las que había cerveza. Un dj puso música y todos se contaron anécdotas que resultaron de la experiencia.
—En el centro, un tipo intentó robarme la bicicleta -dijo uno.
—Una señora agarró el asiento de mi bicicleta y casi me hace caer -dijo otra.
Por más arriesgada y “suicida” que parecía esta carrera, no hubo muertos ni heridos. Solamente algunos riders con raspones, calambres y, sobre todo, cansancio. No obstante, se les pasó luego de seguir la rumba en El Parqueadero (lugar de la premiación) y en la “Bicipachanga” que organizaron en el Parque de Lourdes. Respecto a Lucas, se sabe que fue a Patios a probar uno de los máximos desafíos de los ciclistas bogotanos.