La práctica se tomó a la capital y a otras ciudades del país desde hace unos 10 años. La siguiente crónica es de autoría de Isabel Londoño, y fue publicada en Directo Bogotá, de la Universidad Javeriana.
Los bogotanos Karlo, Pacho y Leo son estudiantes universitarios dedicados desde hace un año y medio al parkour, pero siempre han sido deportistas. Por eso, aunque parece que estos ágiles “felinos” no requieren mayor esfuerzo, necesitan un gran estado físico, técnica y control del cuerpo para no perder el equilibrio al realizar un salto o desplazamiento riesgoso.
Son como funambulistas de circo, pero en lugar de caminar sobre cuerdas, se lanzan de muro en muro, de obstáculo en obstáculo -preferiblemente de cemento-, sin contar con la protección de mallas o amortiguadores por si sufren un traspiés.
Un domingo, bajo el cielo plomizo, el entrenamiento se realiza en el Parque de la Independencia. El piso mojado resulta peligroso cuando no hay posibilidad de agarre al hacer un movimiento. Karlo, uno de los traceurs (practicante del parkour) deja su calentamiento para unirse a la conversación: “Agarre y precisión son dos factores muy importantes para esta disciplina; por esto, el parkour cuenta con diferentes técnicas que se aprenden básicamente en Internet, y algunas veces con la orientación de los más expertos”.
Estos deportistas empiezan con un método llamado “prueba y error”, que quiere decir, imitar la técnica y empezar a realizar movimientos y saltos, experimentar y arriesgarse, aunque muchas veces se equivocan y sufren estrepitosas caídas. Cuando dominan la técnica, las acrobacias corporales se ven fluidas y fáciles ante los ojos del observador. “Prueba y error es, por ejemplo, realizar los saltos y movimientos sin saber cómo es la manera correcta, y con la práctica dar con las posiciones y las formas de hacerlo más fácil y cómodo, sin lastimarse; por este motivo es ideal entrenar con alguien de más nivel, pues se aprende más rápido y se evita el error”, dice Leo.
Un poco más tarde la humedad desaparece con el sol, y los tres jóvenes empiezan a movilizarse por el parque saltando y midiendo distancias de muro a muro, haciendo estiramientos y ejercicios de calentamiento. “Son necesarios para no destruir tu cuerpo que, acompañado de fuerza mental y constancia, hacen posible la realización de esta disciplina deportiva”, dice Pacho.
Al final del calentamiento, trazan una rutina o un circuito de saltos; es en este momento cuando se producen las caídas y los golpes, que hacen notorios los peligros y el espíritu temerario que acompaña a este deporte. Según Leo, “al principio uno previene los golpes, pero uno se mentaliza de que es normal golpearse, aunque no es lo ideal; igualmente, la mejor parte de la caída es levantarse de nuevo”.
La ropa tiene que ser cómoda para que no impida los movimientos: tenis, camisetas y sudaderas, pero sorprende que no lleven elementos de protección. “La verdad, no hay más elementos de protección fuera de la seguridad y la concentración de cada persona al hacer el movimiento; de ahí la importancia del ritmo de vida que lleves, lo que te permite responder o no físicamente”, opina Karlo, quien recalca que siguen una alimentación balanceada, sin cigarrillo, licor ni ningún tipo de drogas, además de dormir bien.
Escenarios favoritos:
Cada día llegan más jóvenes para practicar; algunos tienen experiencia y otros apenas incursionan en el mundo del parkour. Es visible el ambiente de solidaridad entre ellos, quizá por lo que dice Pacho: “No es una competencia, es una expresión, una disciplina, pero, antes que nada, una manera de conseguir amigos; por esto, los que tenemos más recorrido apoyamos y enseñamos a los nuevos”.
Horas más tarde decidieron cambiar el escenario para demostrar que si bien se puede practicar en cualquier lugar, hay sitios que consideran especiales por contar con varios obstáculos. Así comienzan el recorrido por toda la carrera séptima desde el Planetario Distrital hasta la calle 42, aunque habitualmente llegan hasta el norte de la ciudad, donde viven varios de ellos.
La gente mira con extrañeza a estos jóvenes que saltan y se encaraman en todas partes; sin saber qué hacen ellos, los transeúntes se detienen a disfrutar el espectáculo gratuito. En el Parque Bavaria aparecieron vigilantes que les impidieron practicar sus saltos. A propósito, dice Leo: “Muchas de estos personajes y agentes de la Policía asocian el deporte con actos de vandalismo, por esto, para que no sea mal visto y no te saquen de todos lados, porque vas a dañar una fachada, a tumbar una baranda o a abollar un carro, es necesario que esta disciplina tenga reconocimiento en el país”.
Con estos obstáculos adicionales, llegan al Parque Nacional, escenario clave para el desarrollo de este deporte, por contar con elementos y zonas amplias para sus movimientos. Allí exhiben una veintena de técnicas que tiene el parkour: salto de brazo, salto de precisión, caída simple, rodada, entre otras. Aprenden estas técnicas de otros grupos con más trayectoria por medio de videos del francés David Belle, padre del parkour e ídolo de los traceurs. Karlo dice: “David Bell tiene 35 años y lleva 20 haciendo parkour, inspirado en películas de artes marciales. Es nuestro líder”.
En los muros de la 39 con séptima se encuentra un esténcil que dice: “Zona parkour”. Allí, en un respiro, Leo explica la presencia del parkour en las calles bogotanas. “Lo practicamos en el Parque Simón Bolívar, la Biblioteca Virgilio Barco, el Parque Nacional, Maloka, el Parque Bavaria, el Parque de La Independencia, Pablo Sexto, entre muchos otros lugares de la ciudad, pero no contamos con gimnasios o profesores; aunque desde el 2006 algunos traceurs conforman grupos callejeros; otros, como nosotros, lo practicamos individualmente porque Pawa Colombia se disolvió recientemente.
En la calle 42 con carrera 7ª, después de saltar por encima de motos, muros y hasta arrojarse de algunos puentes peatonales, uno de los traceurs hizo mal un salto, y cayó sobre la pierna izquierda; golpe que redujo el ritmo que llevaba el grupo y por el cual unas cuadras más adelante decidieron suspender la práctica. Al fin y al cabo, no están compitiendo ni le rinden cuentas a nadie. Lo ven como una práctica personal de la vida cotidiana. Como otros practican el yoga en total quietud, ellos alcanzan su nirvana en los aires.
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Vía: Extroversia